El tema de la nutrición
es muy amplio y no se limita únicamente a los alimentos y a las bebidas que
tomamos durante las comidas. Nos nutrimos asimismo de sonidos, de perfumes, de
colores. Los seres del mundo invisible se alimentan de olores. La costumbre de
quemar incienso en las iglesias, por ejemplo, viene de este conocimiento
antiquísimo de que los espíritus luminosos son atraídos por los olores puros
como el incienso, mientras que los espíritus infernales son atraídos por olores
nauseabundos. Pero no solamente los olores alimentan; los sonidos y los colores
son también un alimento para los espíritus invisibles y pueden servir para
atraerlos. Por eso frecuentemente los pintores representan a los ángeles
interpretando música, y vestidos con ropas de colores tornasolados.
Está dicho en las
Escrituras: «Sois templos del Dios Vivo». Es preciso, pues, no mancillar estos
templos introduciendo elementos impuros. Si los humanos supieran en qué
talleres celestes fueron creados, estarían mucho más atentos a los alimentos
que participan en la construcción de este templo que Dios debe venir a habitar.
Desgraciadamente, comiendo carne, la mayoría de ellos se parecen más a
cementerios llenos de cadáveres que a templos.
Cada
criatura animal o humana se siente inclinada a elegir un determinado alimento
más bien que otro, y esta selección es siempre muy significativa. Si queréis
saber cuál es el resultado de la alimentación carnívora, id a visitar un parque
zoológico, mirad a los animales carnívoros, y lo comprenderéis enseguida. Por
lo demás, ni siquiera es necesario ir a los parques zoológicos para constatado.
En la vida se encuentran muestras humanas que se asemejan a todas las especies
animales, e incluso a aquellas que no figuran en los parques, como los mamuts,
los dinosaurios y otros monstruos prehistóricos. Pero seamos caritativos y
quedémonos en los parques zoológicos: allí podéis comprobar que los grandes
carnívoros son animales temibles que despiden olores extremadamente fuertes,
mientras que los herbívoros tienen, en general, costumbres mucho más pacíficas.
La comida que absorben los herbívoros no los convierte ni en violentos ni en
agresivos, mientras que la carne vuelve a los carnívoros irritables, y,
asimismo, los humanos que la comen se sienten mucho más inclinados a una
actividad brutal y destructora.
La diferencia entre la
nutrición carnívora y la nutrición vegetariana reside en la cantidad de rayos
solares que contienen. Las frutas y las verduras están tan impregnadas de luz
solar que se puede decir que son una condensación de luz. Cuando se come una
fruta o una verdura se absorbe, pues, luz solar de manera directa, la cual deja
muy pocos residuos en nosotros. Mientras que la carne es más bien pobre en luz
solar, por lo que está sometida a una rápida putrefacción; ahora bien, todo
aquello que sufre una rápida putrefacción es nocivo para la salud.
La carne es nociva,
además, por otra causa. Cuando se lleva a los animales al matadero, éstos adivinan
el peligro, sienten lo que les espera, tienen miedo y enloquecen. Este miedo
provoca un desarreglo en el funcionamiento de sus glándulas, las cuales
segregan un veneno. Nada puede eliminar este veneno; se introduce en el
organismo del hombre que come carne y ello evidentemente no es favorable ni
para su salud ni para su longevidad. Me diréis: «Sí, pero la carne es
exquisita». Quizás, pero tened en cuenta que sólo pensáis en vuestro placer,
en vuestra satisfacción. Solamente cuenta para vosotros el placer del momento,
aunque tengáis que pagarlo con la muerte de innumerables animales y con vuestra
propia ruina.
Además, es necesario que
sepáis que todos los alimentos que absorbemos se convierten dentro de nosotros
en una antena que capta específicamente determinadas ondas. Así es como la
carne nos une al mundo astral. En las regiones inferiores del mundo astral
pululan seres que se devoran entre sí como lo hacen las fieras, y así, comiendo
carne, estamos en contacto cotidiano con el miedo, la crueldad, la sensualidad
de los animales. Aquel que come carne mantiene en su cuerpo un lazo invisible
que le une al mundo de los animales, y se espantaría si pudiera ver el color de
su aura.
En fin, quitar la vida a
los animales es una gran responsabilidad, es una trasgresión de la ley: «No
matarás». Por otra parte, en el Génesis, antes de la caída, Dios dio a los
hombres la alimentación que les correspondía, diciéndoles simplemente: «He aquí
que os doy toda hierba de semilla, así como todo árbol que lleva fruto de
semilla: éste será vuestro alimento.»
Matando a los animales
para comerlos, no solamente se les quita la vida, sino también las
posibilidades de evolución que la naturaleza les había dado en esta existencia.
Por eso en lo invisible, cada hombre está acompañado por las almas de todos los
animales cuya carne comió; estas almas vienen a exigirle indemnizaciones
diciendo: «Tú nos privaste de la posibilidad de evolucionar y de instruimos,
por lo tanto, de ahora en adelante es a ti a quien incumbe nuestra educación».
Aunque el alma de los animales no sea parecida a la de los humanos, los animales
tienen un alma, y aquel que ha comido carne de un animal se ve obligado a
soportar la presencia del alma de éste dentro de sí. Esta presencia se
manifiesta a través de estados que corresponden al mundo animal; por eso,
cuando quiere desarrollar su ser superior encuentra dificultades: las células
animales no obedecen a su deseo, tienen una voluntad propia, dirigida contra
la suya. Esto explica que muchos comportamientos humanos no correspondan en
realidad al reino humano, sino al reino animal.
El alimento que
absorbemos va a nuestra sangre, y desde allí atrae a las entidades que le
corresponden. Está dicho en los Evangelios: «Donde hay cadáveres, se reúnen los
buitres». Esto es verdad para los tres mundos: físico, astral y mental. Así
pues, si queréis encontraros bien en los tres planos, no atraigáis a los
buitres y a los cadáveres. El Cielo no se manifiesta a través de personas que
se dejan invadir por impurezas físicas, astrales y mentales.
La carne corresponde a un
elemento especial que existe en los pensamientos, sentimientos y actos. Si, por
ejemplo, soñáis que coméis carne, debéis estar atentos y vigilantes porque ello
indica que os veréis expuestos a ciertas tentaciones bien precisas: cometer
actos violentos, dejaros arrastrar por deseos sensuales o tener pensamientos
egoístas e injustos. Ya que la carne representa todo esto: la violencia en el
plano físico, la sensualidad en el plano astral y el egoísmo en el plano
mental.
La tradición cuenta que antes de la caída, Adán
tenía un rostro radiante, y todos los animales le amaban, le respetaban y le
obedecían. Después de la caída, Adán perdió su rostro radiante y los animales
se convirtieron en sus enemigos. Si las bestias no confían ya en el hombre, y
los pájaros vuelan cuando se acerca, si toda la creación lo considera como un
enemigo, se debe a una razón determinada: a que ha caído de las alturas
espirituales en las que se encontraba. Es necesario que vuelva a encontrar su
primer esplendor, sometiéndose de nuevo a las leyes del amor y de la
sabiduría, con lo cual se reconciliará con todos los reinos de la creación, y
se producirá el advenimiento del Reino de Dios sobre la tierra.
En apariencia, la guerra
entre los hombres es debida a cuestiones económicas o políticas, pero en
realidad, es el resultado de toda esta matanza que hacemos a los animales. La
ley de la justicia es implacable: obliga a los humanos a pagar vertiendo tanta
sangre como hicieron verter a los animales. ¡Cuántos millones de litros de
sangre derramados sobre la tierra que claman venganza al Cielo! La evaporación
de esta sangre atrae no solamente a los microbios, sino a millares de larvas y
de entidades inferiores del mundo invisible. Estas son verdades que no se
conocen y que no se aceptarán quizás, pero tanto si se aceptan como si no; debo
revelároslas.
Nosotros matamos a los
animales, pero la naturaleza es un organismo, y matando a los animales es como
si tocáramos ciertas glándulas de este organismo: en aquel momento las
funciones se modifican, se crea un desequilibrio y no hay que sorprenderse si
algún tiempo después estalla la guerra entre los hombres. Se han asesinado
millones de animales para comerlos, sin saber que en el mundo invisible estaban
unidos a determinados hombres, y que, por consiguiente, éstos deben también
morir con ellos. Matando a los animales, se asesina a los hombres. Todos dicen
que ya 'va siendo hora de que reine la paz en el mundo, que no debe haber más
guerra... Pero la guerra durará mientras continuemos matando a los animales,
porque matándolos nos destruimos a nosotros mismos.
Extractado de El yoga de la
nutrición
Omraam Mikhaël Aïvanhov