jueves, 18 de septiembre de 2014

Las prácticas de Yoga Adelgazan

Con el yoga se logra adelgazar sin transpiración ni régimen. Es claro que la moderación en la alimentación es recomendable, pero no la neurosis torturante de las dietas. El Yoga adelgaza por actuar sobre las glándulas y regular la orquesta endocrina. Por ejemplo, se observa que diversos ejercicios con fama de adelgazantes eficientes se ejecutan sin esfuerzo y casi todos comprimen o distienden la tiroides. Es sabido que la estimulación de esa glándula tiende a producir adelgazamiento.

Otro recurso de Yoga es aumentar la absorción de comburente (oxígeno) a través de determinados pranayamas ( ejercicios de respiración), lo que, se cree, induce al aumento de la quema de grasas en el organismo.

Hay también ejercicios de fortalecimiento de la musculatura y de contracción  del abdomen que producen un resultado estético que supera las expectativas.

Además de los ejercicios, existen consejos relativos a la alimentación, pues no se puede ignorar que ciertos alimentos engordan más que otros. Pero eso nada tiene que ver con el régimen o dieta.

Finalmente el Yoga cuenta con un triunfo poderoso: proporciona  equilibrio emocional, que frecuentemente falta en las personas que no consiguen adelgazar, lo que torna infructífera cualquier otra alternativa, sea de ejercicios, sea restricción alimentaria, y puede incluso generar una neurosis.

En fin, éstos son los secretos del Yoga para conseguir tan buenos resultados de adelgazamiento en un tiempo razonablemente corto.

Maestro De Rose, Codificador mundial de Swasthya Yoga Shástra
Estractado del Libro Yoga Avanzado




viernes, 5 de septiembre de 2014

El Yoga de la nutrición

El tema de la nutrición es muy amplio y no se limita únicamente a los alimentos y a las bebidas que tomamos durante las comidas. Nos nutrimos asimismo de sonidos, de perfumes, de colores. Los seres del mundo invisible se alimen­tan de olores. La costumbre de quemar incienso en las iglesias, por ejemplo, viene de este conoci­miento antiquísimo de que los espíritus luminosos son atraídos por los olores puros como el incienso, mientras que los espíritus infernales son atraídos por olores nauseabundos. Pero no solamente los olores alimentan; los sonidos y los colores son también un alimento para los espíri­tus invisibles y pueden servir para atraerlos. Por eso frecuentemente los pintores representan a los ángeles interpretando música, y vestidos con ropas de colores tornasolados.

Está dicho en las Escrituras: «Sois templos del Dios Vivo». Es preciso, pues, no mancillar estos templos introduciendo elementos impuros. Si los humanos supieran en qué talleres celestes fueron creados, estarían mucho más atentos a los alimentos que participan en la construcción de este templo que Dios debe venir a habitar. Desgraciadamente, comiendo carne, la mayoría de ellos se parecen más a cementerios llenos de cadáveres que a templos.
Cada criatura animal o humana se siente inclinada a elegir un determinado alimento más bien que otro, y esta selección es siempre muy significativa. Si queréis saber cuál es el resultado de la alimentación carnívora, id a visitar un par­que zoológico, mirad a los animales carnívoros, y lo comprenderéis enseguida. Por lo demás, ni siquiera es necesario ir a los parques zoológicos para constatado. En la vida se encuentran mues­tras humanas que se asemejan a todas las espe­cies animales, e incluso a aquellas que no figu­ran en los parques, como los mamuts, los dino­saurios y otros monstruos prehistóricos. Pero seamos caritativos y quedémonos en los parques zoológicos: allí podéis comprobar que los gran­des carnívoros son animales temibles que despi­den olores extremadamente fuertes, mientras que los herbívoros tienen, en general, costumbres mucho más pacíficas. La comida que absor­ben los herbívoros no los convierte ni en violen­tos ni en agresivos, mientras que la carne vuelve a los carnívoros irritables, y, asimismo, los humanos que la comen se sienten mucho más inclinados a una actividad brutal y destructora.

La diferencia entre la nutrición carnívora y la nutrición vegetariana reside en la cantidad de rayos solares que contienen. Las frutas y las ver­duras están tan impregnadas de luz solar que se puede decir que son una condensación de luz. Cuando se come una fruta o una verdura se absorbe, pues, luz solar de manera directa, la cual deja muy pocos residuos en nosotros. Mien­tras que la carne es más bien pobre en luz solar, por lo que está sometida a una rápida putrefac­ción; ahora bien, todo aquello que sufre una rápida putrefacción es nocivo para la salud.
La carne es nociva, además, por otra causa. Cuando se lleva a los animales al matadero, éstos adivinan el peligro, sienten lo que les espe­ra, tienen miedo y enloquecen. Este miedo pro­voca un desarreglo en el funcionamiento de sus glándulas, las cuales segregan un veneno. Nada puede eliminar este veneno; se introduce en el organismo del hombre que come carne y ello evidentemente no es favorable ni para su salud ni para su longevidad. Me diréis: «Sí, pero la carne es exquisita». Quizás, pero tened en cuen­ta que sólo pensáis en vuestro placer, en vuestra satisfacción. Solamente cuenta para vosotros el placer del momento, aunque tengáis que pagarlo con la muerte de innumerables animales y con vuestra propia ruina.
Además, es necesario que sepáis que todos los alimentos que absorbemos se convierten dentro de nosotros en una antena que capta específicamente determinadas ondas. Así es como la carne nos une al mundo astral. En las regiones inferiores del mundo astral pululan seres que se devoran entre sí como lo hacen las fieras, y así, comiendo carne, estamos en contacto cotidiano con el miedo, la crueldad, la sensualidad de los animales. Aquel que come carne mantiene en su cuerpo un lazo invisible que le une al mundo de los animales, y se espantaría si pudiera ver el color de su aura.
En fin, quitar la vida a los animales es una gran responsabilidad, es una trasgresión de la ley: «No matarás». Por otra parte, en el Géne­sis, antes de la caída, Dios dio a los hombres la alimentación que les correspondía, diciéndoles simplemente: «He aquí que os doy toda hierba de semilla, así como todo árbol que lleva fruto de semilla: éste será vuestro alimento.»
Matando a los animales para comerlos, no solamente se les quita la vida, sino también las posibilidades de evolución que la naturaleza les había dado en esta existencia. Por eso en lo invisible, cada hombre está acompañado por las almas de todos los animales cuya carne comió; estas almas vienen a exigirle indemnizaciones diciendo: «Tú nos privaste de la posibilidad de evolucionar y de instruimos, por lo tanto, de ahora en adelante es a ti a quien incumbe nues­tra educación». Aunque el alma de los animales no sea parecida a la de los humanos, los anima­les tienen un alma, y aquel que ha comido carne de un animal se ve obligado a soportar la presen­cia del alma de éste dentro de sí. Esta presencia se manifiesta a través de estados que correspon­den al mundo animal; por eso, cuando quiere desarrollar su ser superior encuentra dificulta­des: las células animales no obedecen a su deseo, tienen una voluntad propia, dirigida con­tra la suya. Esto explica que muchos comporta­mientos humanos no correspondan en realidad al reino humano, sino al reino animal.
El alimento que absorbemos va a nuestra sangre, y desde allí atrae a las entidades que le corresponden. Está dicho en los Evangelios: «Donde hay cadáveres, se reúnen los buitres». Esto es verdad para los tres mundos: físico, astral y mental. Así pues, si queréis encontraros bien en los tres planos, no atraigáis a los buitres y a los cadáveres. El Cielo no se manifiesta a tra­vés de personas que se dejan invadir por impure­zas físicas, astrales y mentales.
La carne corresponde a un elemento especial que existe en los pensamientos, sentimientos y actos. Si, por ejemplo, soñáis que coméis carne, debéis estar atentos y vigilantes porque ello indica que os veréis expuestos a ciertas tentaciones bien precisas: cometer actos violentos, dejaros arrastrar por deseos sensuales o tener pensa­mientos egoístas e injustos. Ya que la carne representa todo esto: la violencia en el plano físico, la sensualidad en el plano astral y el egoís­mo en el plano mental.
La tradición cuenta que antes de la caída, Adán tenía un rostro radiante, y todos los ani­males le amaban, le respetaban y le obedecían. Después de la caída, Adán perdió su rostro radiante y los animales se convirtieron en sus enemigos. Si las bestias no confían ya en el hombre, y los pájaros vuelan cuando se acerca, si toda la creación lo considera como un enemigo, se debe a una razón determinada: a que ha caído de las alturas espirituales en las que se encontra­ba. Es necesario que vuelva a encontrar su pri­mer esplendor, sometiéndose de nuevo a las leyes del amor y de la sabiduría, con lo cual se reconciliará con todos los reinos de la creación, y se producirá el advenimiento del Reino de Dios sobre la tierra.
En apariencia, la guerra entre los hombres es debida a cuestiones económicas o políticas, pero en realidad, es el resultado de toda esta matanza que hacemos a los animales. La ley de la justicia es implacable: obliga a los humanos a pagar vertiendo tanta sangre como hicieron verter a los animales. ¡Cuántos millones de litros de sangre derramados sobre la tierra que claman venganza al Cielo! La evaporación de esta sangre atrae no solamente a los microbios, sino a millares de larvas y de entidades inferiores del mundo invisi­ble. Estas son verdades que no se conocen y que no se aceptarán quizás, pero tanto si se aceptan como si no; debo revelároslas.
Nosotros matamos a los animales, pero la naturaleza es un organismo, y matando a los animales es como si tocáramos ciertas glándulas de este organismo: en aquel momento las funciones se modifican, se crea un desequilibrio y no hay que sorprenderse si algún tiempo después estalla la guerra entre los hombres. Se han asesinado millones de animales para comerlos, sin saber que en el mundo invisible estaban unidos a determinados hombres, y que, por consiguiente, éstos deben también morir con ellos. Matando a los animales, se asesina a los hombres. Todos dicen que ya 'va siendo hora de que reine la paz en el mundo, que no debe haber más guerra... Pero la guerra durará mientras continuemos matando a los animales, porque matándolos nos destruimos a nosotros mismos.
Extractado de El yoga de la nutrición
Omraam Mikhaël Aïvanhov